Se acerca la media noche, momento escogido por los espíritus para despertar a la vida, aunque hay otros seres que también comienzan su actividad a partir de esa hora.
Segismunda se interroga :
“Empiezo a notar la ansiedad del hambre, los olores se hacen cada vez más fuertes, y sin embargo, algo me dice que aún no es la hora, la luminosidad es fuerte,…, peligrosa.
Corren rumores, desde tiempos inmemoriales, sobre la existencia de unos seres gigantescos, de apariencia viscosa, que dominan el mundo. Se dice que son nuestros jueces y verdugos, y que periódicamente envían terribles plagas exterminadoras, a las cuales sobrevive una mínima parte de nuestro pueblo.
Para evitar estas catástrofes, los ancianos decidieron, en otras épocas, ofrecer en sacrificio, regularmente, a algunos de nosotros, exponiéndonos a la luz cegadora, quedando así indefensos, casi ciegos.
A pesar de ello, algunos consiguen volver, pero ya no son los mismos, arrastran su nocturnidad como un insoportable peso y no como una manera de vivir, se vuelven taciturnos, depresivos, hasta acabar finalmente con su vida. De aquellos que no vuelven, apenas si quedan restos que poder llorar, la mayor parte desaparecen como si nunca hubiesen existido; y cuando encontramos algún cadáver, ni la figura, ni el gesto, ni tan siquiera la forma que nos diferencia de otras especies, son reconocibles, entonces el olor nos lo confirma allí donde hay una mancha o una amalgama de miembros sin forma, y comprendemos.
Así, sin palabras,…, sin plegarias, con el corazón encogido por el miedo, caminamos como autómatas sin rumbo, hasta caer extenuados. Este pánico visceral nos lleva a muchos, a un viaje sin retorno, mientras que cebados en la autocompasión, musitamos un tímido ¡porqué!, castigando el cuerpo para purgar una desconocida culpa, y ya el instinto de muerte se apodera de nosotros y la danza macabra se hace dueña de la fiesta, hasta que la invitada de honor anuncia el final de baile.
Estas son algunas de las razones que explican nuestro carácter: timidez, parquedad, nocturnidad. Y aun que nuestro pequeño mundo nos lo ofrece todo (alimento, calor y refugio), la alegría y la exhuberancia no casan con nuestras circunstancias. Algo genético, primordial, nos obliga a ser como somos, y así se ha construido nuestra historia, plagada de oscuros mitos”.
La noche se hace silencio, solo roto por el TIC-TAC de un viejo reloj de pared que nos anuncia el comienzo de otro reinado.
Segismunda se decide :
“Al fin se ha ido la luz, la oscuridad es ahora la reina de la noche y mi apetito, el dueño de mi cuerpo. Con tímidos pasos avanzo hacia las fuentes de mi deseo guiada por dulces aromas que ofrecen expectativas de ensueño. Siento mi cuerpo ligero como el aire y no hay lugar para el miedo en mi corazón. Desbocada y voraz, me abandono al disfrute de los sentidos en fantástica orgía que esta noche me depara con abundancia de manjares y cálidas bocanadas de húmedo aire”.
Atravesando la oscuridad, nuestra misteriosa figura se desplaza guiada solo por el olfato y el oído, manteniendo siempre la referencia de los grandes muros construidos en épocas arcaicas por los innomables gigantes, pues aventurarse al vacío de la desnuda llanura es una temeridad que muchos han pagado con la locura.
“Noto por los efluvios que llegan a mi sensible olfato que me aproximo a las columnas del solaz, erectos y antiguos monolitos que acumulan en sus aledaños, blandos y blancos placeres para el paladar, y nos ayudan a reponer fuerzas en nuestra singladura nocturna.
Camino al ritmo de un latido y me siento en armonía con el universo, disfrutando en solitario de mi perfecta rebeldía al miedo. Al pasar, oigo el paso sigiloso de la muchedumbre y me guardo con devoción de su fanática prudencia; me siento como si hubiese renacido a la libertad, o a la locura, al comprender que no hay pecado original, y que por lo tanto, somos libres de trazar nuestro destino, sin plegarnos al chantaje de “lo inevitable”, “lo imponderable”.
La culpabilidad será para las nuevas generaciones un concepto caduco, e incluso, inexistente, y Yo, seré la primera en ondear la bandera de la inocencia, en rebelarme contra lo establecido, disfrutando de todos mis sentidos con pasión y sin comezón alguno de conciencia. Despreciaré la cordura de los ciegos y apocados, y rendiré culto a unos nuevos dioses, hechos a imagen y semejanza de mis apetitos y necesidades. En definitiva, acabaré con todo el nauseabundo ritual que hasta ahora presidía nuestras vidas.
¿Cómo realizar esta nueva determinación?
Empezando por abandonarme al disfrute de esta sabrosísima masa harinosa, mientras me impregno y embadurno en los charcos de cálido y espeso néctar, que tanto abundan alrededor de las columnas”
Y mientras nuestro soñador personaje se entrega a la concupiscencia, sin guardar la mínima etiqueta, una filtración de rayos lunares ilumina el escenario, dejando ver una insólita escena que lo sorprende, horroriza y cautiva.
“¡Oh, Padre de todos!, qué vergüenza en cuerpo ajeno contemplan mis incrédulos ojos: Una pareja, que sorprendida por la repentina luminosidad, frustrada y avergonzada, comienza ahora un macabro ritual de sexo y muerte, expiando sus supuestos pecados con un feroz canibalismo”
Segismunda, que así se llama, observa con morboso placer el espectáculo, sin poder apartar su mirada hasta el estertor final. Entonces, abandona la aceitosa balsa de néctar que la cubría y, sin poder contenerse, embriagada de emociones, empieza una alocada carrera hacia cualquier parte.
“¡Que míseros y sublimes somos!, ahora, y muy a mi pesar, comprendo que el acto de amor puede estar rodeado de gracia o de ignominia, dependiendo de su carácter público o privado. Además, una muestra pública de amor puede darse a través de una muerte redentora, como esa pareja ha demostrado. ¿Acaso no han manifestado un gran respeto por la vida y sincero amor por ellos mismos al expiar su culpa entregándose al rito purificador de la muerte, empezando, precisamente, por el objeto de su pecado?”.
Nuestra heroína, fue aminorando su marcha, y ahora camina ensimismada, sin saber que se dirige hacia una senda que le permitirá encontrar la respuesta a todas sus preguntas.
“¡Que meditaciones tan tétricas!, ¡que reincidencia de temas!, cuanto más libre creo ser, más fuerte aprieta mi conciencia de especie, mi destino común. Cuan amarga me resulta esta noche, tan ardientemente esperada, y sé que no soy la única que siente esta profunda angustia, en la lejanía, puedo oír la dulce voz de un cantor solitario que rezuma melancolía y desesperación. Y ese salmo de funeral o melódico gemido, me arrastra como embrujada, en su búsqueda. ¿Será la llamada de la Parca?. Aunque bien pensado, eso ya no importa, en estos momentos, mi voluntad tiene otro dueño, mi cuerpo está poseído por la magia de la música”.
Segismunda se activa y empieza a caminar con un ritmo creciente hasta que su impulso se ve interrumpido por un gran muro, último obstáculo que la separa de su obsesión creciente, y desechando la premonición de peligro que empieza a sentir, se decide a seguir adelante.
“Siento que me acerco a El, su voz se hace más nítida, más provocativa. ¡que loco frenesí me arrebata y me hace perder la cordura!. Y el miedo, compañero inseparable e insuperable, me hace sentir culpable de no vencerlo. Y Yo, perdida, solo pienso en El, ¿cómo será?, su voz es dulce pero profunda, y llena de vigor, aunque destile frustración. Me desespera esta distancia y estos escasos segundos, empiezan a parecerme eternos.¡ Necesito verlo ¡. Presiento que este encuentro quedará grabado en mi memoria y que su largo y tortuoso recorrido, ya estaba escrito”.
Impulsada por una violenta fuerza empieza a escalar el muro, haciendo camino allí donde no lo hay. Su determinación es fuerte y clara, y aunque extenuada, al fin llega a la cima.
“Su voz viene de allá, en lo alto, donde la luna brilla con más intensidad. Solo unas zancadas, y estaré con El.”
Sorpresa y terror ante lo inesperado invaden el cuerpo de Segismunda Kafarbella, habitante de la noche, donde los sueños más terribles, pueden hacerse realidad.
- “¡ Milagro de la naturaleza ¡, ¡ confusión de mis sentidos ¡, ¿será un efecto de la fatiga, o es verdad lo que estoy viendo?, ¡ tan bella voz en tan horrible cuerpo ¡.
Ante mí, un gigante negro como el azabache, de fuertes mandíbulas, músculos acerados y dulce canto. Se encuentra encarcelado y obligado a contemplar el infinito de su mundo tras las rejas de una jaula. Me acerco a El, que ha dejado de cantar, y me mira. ¡ Oh Dios ¡, después de tanta determinación, ahora estoy aterrorizada, y apenas consigo superar la repugnancia que me produce la visión completa de su imagen, no obstante, en mi fuero interno, siento que empiezo a quererlo, ¿cómo es posible?”
En esos cortos instantes, Segismunda comprende, pero el azar, o el destino, ya han jugado su baza, y unos extraños sonidos inundan de repente el extraño mundo de Segismunda.
- “Abre rápido Julia, que no me aguanto más”.
- “Ya va, ya va, tranquilo,…, ¿ves?, ya está. Anda, corre y apunta bien. Yo, entretanto, voy a preparar un Té y a darle lechuga al grillo. ¡ Ah ¡ no enciendas la luz del pasillo, que ya enciendo yo la de la cocina”.
- ¡Oh! – exclama Segismunda – que luz tan cegadora inunda todo el espacio, ¡no veo nada!, hasta su imagen se desvanece. Estoy aterrada pero no quisiera irme sin tocarlo … ¡desgraciada de mi!, ¡no!, no puedo. El baile final ha comenzado, y ya no puedo parar de correr”.
En ese instante se oye gritar a Julia:
- “¡Jaime!, ven rápido, por favor”
“¿Qué te pasa, mujer?”
“¡Una cucaracha!, cerca de la jaula del grillo, ¡mira!, ahora se dirige a tu silla”.
Segismunda corre alocada:
- “¡que sofoco!, ¡ah!, allí veo una columna, un esfuerzo más y alcanzaré el muro. Si al menos dejaran de oírse esos horribles gruñidos. ¿Tendrán razón los ancianos?, ¿serán ciertas las historias sobre los gigantes?. La última columna, un esfuerzo más y …”
- “Ahora va hacia la pared, Jaime, ¿qué hago?”
- “Tranquila mujer, esto se arregla de un pisotón, ya verás …”
- “¡No Jaime!, así no”.
“Al fin el muro, ahora no tengo más que seguirlo y …”
CRASSS
“¡Ves mujer!, no era peligrosa, solo fea y sucia, un bicho inmundo, sin inteligencia, sin espíritu”.
José Francisco Rodríguez Queiruga